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El desconocido vínculo entre Chernóbil y Cuba

En 1990, un pueblo cercano a La Habana atendió a más de 25 mil niños víctimas de la radiación provenientes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia.

En las playas de Tarará, a unos 30 kilómetros de la capital de Cuba, un tosco edificio con la pintura rojiza ajada por el salitre esconde uno de los episodios menos conocidos del desastre de Chernóbil.

Según detalla el sitio cubadebate.cu, la urbanización de Tarará “sirvió de barriada de veraneo para la élite burguesa y militar del país durante la dictadura de Fulgencio Batista”, pero a partir del 29 de marzo de 1990 “pasaría a albergar el mayor programa sanitario para los niños afectados por el accidente de la planta nuclear de Chernóbil”.

Entre 1990 y 2011, el hospital pediátrico de Tarará atendió a más de 25 mil menores víctimas de la radiación en Ucrania, Rusia y Bielorrusia, “la mayoría afectados por cáncer, deformaciones, atrofia muscular, problemas dermatológicos y estomacales”.

Muchos niños resultaron además con altos niveles de estrés postraumático por haber experimentado el horror nuclear. Los primeros 139 fueron recibidos por el propio Fidel Castro al pie de la escalerilla del avión.

“Fidel me dijo ‘no quiero que estés yendo a la prensa, ni que la prensa esté yendo al consulado. Este es un deber elemental que estamos haciendo con el pueblo soviético, con un pueblo hermano. No lo estamos haciendo para publicidad’”, dijo el excónsul cubano Sergio López en el documental Chernóbil en nosotros.

En total, gracias a la propagación de una nube radioactiva que se extendió por Europa y América del Norte, cientos de miles de personas quedaron expuestas a la contaminación. Muchos menores desarrollaron luego cáncer de tiroides y leucemia, “probablemente por inhalación o ingestión de yodo 131 o celsio 173”, según los especialistas.

En Tarará, los pacientes solían ser “portadores de más de una enfermedad crónica”, acompañadas de severas alteraciones psicológicas, según un estudio realizado por los doctores cubanos Julio Medina, coordinador durante años del Programa; y Omar García, investigador del Centro de Protección e Higiene de las Radiaciones.

“Broncearse y sumergirse en el agua marina era parte complementaria del tratamiento con melagenina y pilotrofina que recibían para mejorar la pigmentación de su piel y el crecimiento del cabello”, dice el citado artículo publicado por cubadebate.cu.

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